domingo, febrero 01, 2009

En busca de la tierra del Fusang

Hasta hace poco un maestro de primara podría preguntar a sus alumnos en clase: ¿quién de ustedes sabe quien descubrió América? Y algún listillo de la clase contestaría: yo se profesor, yo se, fue Colón profesor, fue Colón!
Ahora los profesores de primaria y secundaria tendrán que revisar sus textos de enseñanza pues si bien se reconoce que a partir de los viajes del genovés se desarrolló toda una serie de expediciones que llevarían a la colonización y conquista de los pueblos de América por parte de Europa, no es claro que esta haya sido la vez primera que hayan existido contactos entre el viejo y el nuevo mundo mediante la navegación. No solo tenemos el ejemplo de las colonias vikingas del siglo XI ubicadas en Newfoundland y Labrador y que la investigación arqueológica a sacado a la luz tras veinte años de exploraciones. También tenemos que en los últimos años se han hecho del dominio público mapas y relatos antiguos, que nos hablan de viajes realizados por navegantes chinos muchos siglos antes de los vikingos y de Cristóbal Colón.
En el campo de la arqueología los parecidos formales o de estilo entre artefactos o rasgos culturales lleva a establecer la sospecha de posibles intercambios de información o contactos mediados o directos entre las culturas involucradas. Esto no es extraño cuando se trata de culturas compartiendo una misma zona de comunicación geográfica, o bien aledaña. Cuando las cultura se encuentran alejadas entre si y los medios técnicos para su comunicación se asumen no muy desarrollados entonces las semejanzas formales pueden deberse a paralelismos culturales, invenciones independientes, y no propiamente a contactos directos entre pueblos o civilizaciones.
La hipótesis de los desarrollos independientes de las culturas mesoamericanas y sudamericanas ha sido el marco preferencial en que se han desarrollado las investigaciones en el área desde hace mas de 50 años. Sin embargo no siempre ha sido así. Las hipótesis sobre contactos transoceánicos entre el viejo y el nuevo mundo anteriores a la llegada de Colón datan al menos desde finales del siglo XVIII.
Semejanzas entre formas cerámicas y motivos iconográficos alejados en espacio-tiempo cultural han sido consideradas por muchos investigadores como pruebas de una relación genética específica y transoceánica. Es así que algunos estudiosos han apreciado rasgos africanos en las esculturas olmecas, así como rasgos fisonómicos hindú, chinos o hasta egipcios entre los mayas. La mayor parte de estas hipótesis están basadas en especulaciones sin sustento.
No obstante entre los sustentadores de la hipótesis de la existencia de contactos entre América precolombina y el sureste asiático tenemos a investigadores de la talla de Paul Kirchoff y artistas como Miguel Covarrubias, quienes hace ya algunas décadas, señalaron que ciertos rasgos culturales mesoamericanos como la estructura del calendario, las pirámides y algunos deidades posiblemente tuvieran un origen asiático. Diversos autores han explorado dichas hipótesis, en específico la posibilidad de que ciertas regiones de América del Sur o Mesoamérica hallan sido conocidas por navegantes provenientes de las costas de China desde el siglo V o incluso anteriormente. Veremos de que se trata.
Los viajes a la tierra de Fusang
De acuerdo con las crónicas chinas una legendaria tierra conocida como Fusang (扶桑) fue descubierta al este del mar por Hui Seng (慧深) un monje budista de 23 o 24 años de edad que se embarcó en un viaje desde la costa norte de China hacia mediados del siglo V d.C. De acuerdo con Hui Seng la tierra de Fu Sang se encontraba a 20 mil li de distancia de la Tierra de Da Han, es decir, a 10 mil kilómetros del este de China. El estado abundaba en árboles de Fu Sang y de allí vino su nombre. Dicho árbol tenia hojas que se comían y daba una fruta que parecía perlas rojas. El árbol era muy importante pues de el se obtenía una corteza de la cual realizaban papel para escribir y así mismo sacaban algodón para realizar sus telas y poderse vestir.
Los viajes de Hui Seng quedaron consignados doscientos años después por el historiador Yao Silian (姚思廉) en su obra el Liang Shu (梁書) que fuera copiada por el historiador Ma Twan-lin de la corte del emperador mongol Jin-Tsung hacia la primera mitad del siglo XIV.
Muchos años después, en 1761, esta fascinante historia sería traducida por el sinólogo francés Joseph De Guignes quien en su texto "Recherches sur les navigations des Chinois du cote de l'Amerique et sur quelques peuples situes lèxtremite orientale de l'Asie" señaló por vez primera que la tierra del Fusang posiblemente se hallara en América. La hipótesis señala que el viajero budista del siglo V, aprovechando la corriente cálida ecuatorial del Océano Pacífico llegó a Japón, posteriormente a las islas Buriles, Aleutianas y por último arribaron a las costas de Columbia Británica, California o México.
El Barón de Humboldt es bastante posible que conocería el trabajo de De Guignes pues en su "Atlas Geographique et Physique du Royaume de la Nouvelle- Espagne"publicado en Paris en 1811 asoció los quipus americanos con los asiáticos, concretamente con los chinos, y se fundamenta en esta analogía para sugerir migraciones chinas al "este de California" entre los siglos VI y VII de nuestra era.
Posteriormente otro orientalista, Karl Freidrich Newmann tradujo el Liang Shu y la historia del viaje de Hui Seng del chino al alemán en el año de 1840. La traducción del relato de Hui Seng del alemán al ingles la realizó posteriormente Charles Godfrey Leland, un joven estudiante de Princenton y fue publicada en 1875 en su texto "Fusang or the discovery of the world by chiness buddhist priests in the fifth century". Una traducción al español de la descripción de las tierras de Fusang al parecer se puede encontrar en "Breve historia de las relaciones entre China y América Latina" de Sha Ding y otros publicado en China a mediados de la década de los ochenta por la editorial del pueblo de He-nan.
En México el Dr. Gustavo Vargas de la ENAH tuvo entre sus intereses de investigación la presencia asiática precolombina que plasmó en su libro "Fusang: Chinos en América antes de Colón" y donde también recoge la historia de Hui Seng recopilada por Ma Twan-lin.
Entre los argumentos a favor de que la tierra del Fusang se encontraba en América, se halla la distancia estimada por Hui Seng de 20 mil li de distancia que en términos generales son aproximadamente 10 mil kilómetros que es la distancia que separa a la costa de China con las tierras de Columbia Británica. Otro argumento es que Hui Seng reporta la ausencia de un manejo de los metales preciosos como unidad de cambio, la existencia de escritura y la falta de ciudades amuralladas a la manera de las capitales chinas. Entre quienes quieren ver a la tierra del Fusang como la del altiplano central mexicano durante el periodo Clásico hablan del maguey como candidato para identificar al árbol del Fusang. El atractivo del candidato se debe al uso de la hoja de maguey como soporte para los códices así como la explotación del ixtle como fibra para la ropa de los antiguos mesoamericanos. El único problema es que el maguey no de frutas rojas como perlas tal como lo señala Hui Seng.
La historia de los viajes a la tierra del Fusang no termina ahí. Otras investigaciones han planteado que las misiones a la tierra del Fusang datan de dos siglos antes de los viajes de Hui Seng, y si bien estos contactos fueron esporádicos y la tradición de viajar a donde nace el sol se perdió, esta experiencia intercontinental tuvo visos de volverse a repetir varios siglos después, cuando el navegantes chino Zheng, hacia inicios del siglo XV había navegado buena parte de los mares del sureste asiático y mas allá, y logrado cartografiar parte de las costas del pacífico de América del Sur, es decir, América antes de la llegada de Colón. De hecho se plantea la presencia de esta América precolombina en los mapas de los navegantes lusitanos que conociera Colón, mismos que a la vez eran copia de viejos mapas chinos como del mencionado Zheng.
Los trabajos de Paul Gallez, el Profesor Vargas Martinez y Gavin Menzies entre otros, así como las viejas hipótesis de Freidrich Newmann, Joseph De Guignes y Alexander Humboldt nos abren un panorama que, alejándonos de los esquemas difusionistas simples del siglo XIX, nos permiten plantear que, si bien sabemos que el grueso de las poblaciones amerindias tienen su origen fundamental en las migraciones de fines del pleistoceno por las tierras de Beringia y su propio desarrollo histórico particular, no debemos descartar apriori los contactos esporádicos entre navegantes del este de Asia y los pueblos costeros del pacífico americano.
Ante el escepticismo esperado, cabe recordar que la hipótesis de la presencia de colonias vikingas en América se conocía desde los tiempos del capitán James Cook hacia finales del siglo XVIII y que tuvieron que pasar mas 150 años para su confirmación arqueológica de tal modo que lo que era una hipótesis proveniente de las viejas sagas vikingas del siglo XIII es hoy en día una realidad con referente arqueológico concreto. Tal vez en el futuro además de las crónicas chinas y mapas de antiguos navegantes hoy en día olvidados, tengamos la posibilidad de hallar algún asentamiento o un referente arqueológico en las costas del Perú, México o California de origen asiático mas concreto que las supuestas semejanzas formales entre culturas allende el mar.

1 comentario:

Fundacion Da Vinci dijo...

Estimado Alfonso Torres Pachuca:

Muy interesante el artículo sobre la posible influencia China en nuestras costas americanas.
Soy el Pte. de la Fundación Da Vinci y me interesa charlar sobre ese tema.
Mi SKIPE es leonardodv3 y nuestra web es www.lasherasnoviolenta.com.ar
www.davincifundacion.com.ar
www.pedagogiahumanista.com.ar
www.religiosidadandina.com.ar

Sera un gusto platicar con Ud.


Daniel Robaldo
davincifundacion@yahoo.com.ar
robaldodc@yahoo.com

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